lunes, 13 de mayo de 2013

ALFREDO CÁLIZ Y MARRUECOS


Para el fotógrafo independiente Alfredo Cáliz (Madrid, 1968) la afición por el medio comenzó desde muy joven, introduciéndose en el mundo de la fotografía profesional a la edad de diecinueve años y alternando su trabajo como asistente de plató durante unos seis años con una incipiente producción de reportajes. Cubrió la revuelta Zapatista para el diario El Mundo en el año 94, época a la cual pertenece su primer trabajo en profundidad realizado en Guatemala.


Ingresó en la agencia Cover en el año 1994 y desde entonces ha venido realizando encargos para los más destacados medios de comunicación nacionales viéndose ampliada su red de distribución y encargos a partir del año 2008 cuando ingresó en la agencia londinense PANOS de la que ahora forma parte como fotógrafo del grupo “Panos profile”.

Alfredo Cáliz es uno de los autores incluidos en nuestra COLECCIÓN A', ARTWORKS OF TERRESTIAL AUTHORS, con su obra Kennedy Mafouta, 2009 que mostramos a continuación.



Para Alfredo Cáliz...

Uno viaja para encontrarse con el otro, deja atrás un lugar y se entrega a una especie de indefinición que se parece a la de la vida, que no es otra cosa que el gran viaje. Uno viaja para hablar, y “hablar es salir a buscar la parte que nos falta”. En Marruecos, esa parte que nos falta viene hacia nosotros en forma de ríos (gueds), castillos (calas), ojalás (inchallah) y almohadas, haciéndola coincidir con la nuestra: encajándolas.


A continuación os dejamos con una selección de obras del fotógrafo y un magnífico texto de Alejandro Castellote en relación a su trabajo sobre Marruecos





El viaje de la mirada 



Cuando los fotógrafos occidentales se aventuran por países exóticos generan imágenes que, simplificando, podrían enmarcarse en dos apartados: la representación de lo diferente y la alternativa o “políticamente correcta”. En el primero es donde el fotógrafo se aplica en la inclusión de modelos y escenarios en los que el tiempo queda detenido en un pasado cuando menos ambiguo, pero desde luego muy distante de nuestro presente. Ya desde el comienzo de la historia de la fotografía, las expediciones británicas y francesas que viajaron por África y Asia en el siglo XIX aportaron en su tiempo imágenes de carácter antropológico sobre las culturas que visitaban, resaltando los elementos que afirmaban su alteridad frente a la sociedad europea. El objetivo de esa exaltación de la diferencia era, entre otras cosas, acrecentar la sorpresa visual y por tanto aumentar las cualidades de fascinación de la imagen; pero no es necesario retroceder al siglo XIX para encontrar esos ejemplos. En la actualidad, es frecuente asistir, de la mano de prestigiosas revistas ilustradas, al consabido catálogo de estereotipos que, todo hay que decirlo, conserva casi intacto su atractivo para la sociedad de consumo contemporánea. No se trata únicamente de una reiteración de ideas o un estancamiento creativo, también concurren otros elementos que conspiran, como lo hicieron entonces, para contaminar la interpretación y teñirla de prejuicios; el origen de tal asincronía con los tiempos globales que vivimos hay que derivarlo a la inercia hegemónica aun presente en nuestro subconsciente y en nuestra manera de mirar el mundo. La hegemonía del racionalismo científico ha concedido siempre un valor de naturaleza superior a los proyectos basados en la catalogación a través de tipologías, un programa de representación que ha sobrevivido en la gramática de la fotografía. Es a partir de esos planteamientos ajustados al canon occidental como se ha elaborado la historia del medio y la difusión de sus directrices, a partir de las cuales se legitiman o desechan las propuestas alternativas. Tan sólo la ideología política asociada a la antropología ha modificado algunos aspectos de esta estructura tan firme y poderosamente asentada. 

El segundo de los apartados acoge a aquellos que huyen de los tópicos y se concentran en mostrar modelos y escenarios contemporáneos. El espíritu de esta actitud políticamente correcta contiene un prejuicio similar al apartado anterior: asociar occidentalización a modernidad y progreso; cuantos mas signos occidentales en las ropas, la arquitectura o las costumbres mayor es el efecto visual de modernidad del país. 

En términos burdos, la teoría subyacente es: presencia de la cultura autóctona es igual a atraso e iconografía occidental es sinónimo de normalización y desarrollo. La sutil frontera que separa el paternalismo cultural del respeto a la libre determinación no es fácil de identificar. Con frecuencia, los fotógrafos mas comprometidos transitan ambos lados de ese territorio de arenas movedizas sin ser conscientes de estar reforzando el concepto de cultura superior que despliega Occidente desde hace siglos. Tal vez por ello, una de las alternativas éticas mas invocadas sea la autorrepresentación. Pero ese posicionamiento radical inhabilitaría las miradas a las culturas “periféricas” en función del origen del fotógrafo, lo que no deja de ser otra clase de discriminación. 

La historia de la fotografía española tiene un claro ejemplo del primer apartado en la figura de José Ortiz Echagüe, un fotógrafo de corte pictorialista cuya obra prestó especial atención a Marruecos y al exotismo de sus gentes. Las románticas imágenes de Beduinos, cuyas ropas se mueven azotadas por el Siroco sahariano, han pasado a formar parte del imaginario colectivo español sobre el país vecino. Ortiz Echagüe, también acometió en España una suerte de documentación sobre tipos y costumbres tradicionales en vías de desaparición que participaban de similares atributos estéticos a las realizadas en Marruecos. Ese punto de vista mitificante, subrayado por los retratos en contrapicado y el aura poética que envolvía la figura del remero vasco, el pastor castellano o las mujeres ataviadas con los trajes típicos regionales elevaba tales escenas a la categoría de paradigmas de la hispanidad. No entraremos en el trasfondo ideológico que durante décadas ha sido asociado a esa España de poderosa identidad, arcaizante a nuestros ojos y epopéyica para otros, pero es innegable constatar que la utilización de las imágenes por parte de los poderes políticos aleja definitivamente cualquier pretensión de asociar inocencia y fotografía documental. 

Si escuchamos al fotógrafo, veremos que su pretensión de retener la iconografía de una España que se desvanecía no tiene pretensiones de objetividad científica; pero si responde a cierto espíritu noventayochesco, que sufre ante la decadencia de nuestro país y anhela en el fondo los tiempos de ecos imperiales. Quizá por ello, la documentación de lo evanescente se arropa con una puesta en escena exquisita y unas impresiones al carbón de hermosa textura; el objetivo es aproximarnos a lo que el propio Ortiz Echagüe denominó un realismo lleno de grandeza: el heroísmo de lo real. 

El núcleo central del trabajo de Alfredo Cáliz que se incluye en este libro podría catalogarse conforme a lo descrito en el segundo apartado. Hay un predominio de lo urbano frente al Marruecos rural y escasea el exotismo en las ropas y en los ritos. Sin embargo, existen otros elementos que difuminan esa pertenencia al ámbito de lo políticamente correcto en términos de representación. A lo largo de este texto intentaremos precisarlos. 

La necesidad de fotografiar adopta a menudo la forma de proyectos difíciles de acotar conceptualmente. Los propios fotógrafos dudan a la hora de explicar los motivos que les llevaron a comenzar el trabajo. No es en absoluto un ejercicio de superficialidad. La acción de fotografiar puede ser un objetivo en si mismo y, desde esa óptica –si se me permite la redundancia fotográfica-, el contenido de las imágenes pasa a un segundo plano de importancia. Un proyecto fotográfico como el que aborda Alfredo Cáliz, tiene como protagonista visible a Marruecos, pero debajo de la evidencia discurre otro proyecto mas ambiguo en su definición y mas difícil de enunciar: el viaje introspectivo. Pero no nos dejemos contaminar del tono eufónico que propone el concepto de introspección. La experiencia del viaje en solitario no sólo remite a la mística. También lo inspira la voluntad de conocimiento. 

El modelo en este caso hay que buscarlo en la literatura, que ofrece multitud de referentes de esa naturaleza. Independientemente del destino geográfico que justifica el inicio del viaje, lo que siempre emerge es el dialogo con uno mismo y la propia confrontación con la vida. Basta citar la figura protagónica de Maqrol el gaviero en la obra del colombiano Álvaro Mutis para ilustrar esa convivencia de dos narraciones simultáneas. Jerarquizar lo metafísico sobre la real, o viceversa, sería una zafia simplificación y entraría en contradicción con el ámbito inseparablemente dual que conforma el tránsito por la vida. Otra cosa es, como anticipa el propio Cáliz en su texto de introducción al libro, que la toma de distancia –física y cultural- que supone el viaje a Marruecos active y excite el análisis de nuestra percepción, desde presupuestos éticos y estéticos, en un modo mas vívido que el contacto con lo cercano y cotidiano. 

Estamos por tanto ante un ensayo fotográfico que no pretende a priori elaborar y confirmar una determinada tesis sobre el Marruecos contemporáneo. La actitud de Cáliz se inscribe en el territorio de la experiencia personal, una experiencia crítica que le permite modificar la manera de aproximar los temas y le obliga a reflexionar sobre las soluciones formales necesarias para representarlos. La elección de ese planteamiento abierto habilita la visibilidad de las mutaciones que se han ido produciendo en la cronología de los sucesivos viajes que él ha realizado; las imágenes que en un principio subrayaban el carácter autobiográfico del proyecto dejan paso a tomas donde se solapan contextos semánticos de distinto orden, amplificando las direcciones de lectura y multiplicando las posibles interpretaciones. Sus fotografías no opinan, o al menos no lo hacen en voz alta. Despliegan un punto de vista en donde predomina mayoritariamente lo atmosférico. Casi se podría decir que ese espacio amplio que rodea al sujeto de la fotografía es en si mismo una metáfora; los encuadres participan de la voluntad del autor de no emitir afirmaciones: dejan al espectador un espacio para que pueda elaborar su propio recorrido a través de la imagen. Hay una frase de Robert Capa que conecta muy bien con la épica que suele rodear el trabajo de los reporteros: “Si una foto no es buena es que no te has acercado lo suficiente”; la posición de Alfredo Cáliz es divergente, la mayoría de las veces él da un paso atrás, y ahí reside la personalidad de su mirada. Lo que podría interpretarse como un intento de generar imágenes objetivas, es en realidad un ejercicio de subjetividad que transparenta su manera de enfrentar la relación con la gente y con los escenarios. 


Para seguir recorriendo el rastro de la mirada de Cáliz, es pertinente regresar a los apartados iniciales y al debate sobre la representación de la alteridad. Marruecos es el “otro” por excelencia para los españoles y sería imprudente no detenerse a analizar cómo se negocian, en términos de imagen, los tópicos colectivos que lastran nuestra comunicación con el país vecino. La preeminencia de una iconografía costumbrista anclada en un tiempo indefinido, ahistórico, ha contaminado habitualmente la imagen identitaria de Marruecos. Los propios marroquíes, conscientes del atractivo que el exotismo despierta en los países occidentales, se sirven de él para la promoción turística de su país. En la práctica, al otro lado del estrecho, los españoles hemos actuado con similares estrategias para alimentar la industria más importante de nuestra economía. No es fácil por tanto delimitar la ética de la autorrepresentación cuando convergen intereses económicos. Otra cosa es la posición jerárquica que se le adjudique en el imaginario que queremos proyectar de nosotros mismos. La identidad es en esencia un territorio conflictivo, delicado y ambiguo; pero en la actualidad resulta aun mas complicado dada la influencia de los medios de comunicación globales, que cruzan fronteras sin esfuerzo alguno e inciden subrepticiamente sobre las culturas locales. Viajamos al mestizaje con billete de ida. La multiculturalidad es un concepto en vías de extinción. Cualquier aproximación, ya sea desde la fotografía o desde cualquier otro medio, que pretenda instalarse en las diferencias es una vía muerta. La posición de Alfredo Cáliz, de adoptar una distancia simbólica con los paradigmas de la mirada, no sólo denota su voluntad de prescindir de las afirmaciones y los subrayados, también nos permite a todos poner en duda nuestros estereotipos. Y la duda –la alternativa mestiza al fundamentalismo- es uno de los pocos conceptos que promueven la permeabilidad, la convivencia y el respeto. Dudar es asumir la necesidad de estar en viaje permanente, y las fotografías de este libro nos animan en voz baja a emprenderlo.

Alejandro Castellote

Alfredo Cáliz ha sido galardonado con premios como el NotodoFotofest 2007. Ha impartido talleres en Blank Paper o el MUSAC de León y dado charlas en el Instituto Cervantes. Su trabajo ha sido ampliamente expuesto en España y Marruecos: el Círculo de Bellas Artes, Metrosur Madrid, La Casa Encendida (Madrid) dentro del certamen Luis Valtueña, el Centro Tres Culturas (Sevilla), La Fábrica (Barcelona) o la itinerancia de La Caixa FotoPress. Es colaborador de El País Semanal desde 2003 donde ha publicado cerca de una centena de reportajes en más de 20 países del mundo.








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